Desviándome del título como es
mi costumbre, quiero introducir este relato diciendo que me enternezco como en
mis años mozos cuando veo a niños llorar o reír y me da por pensar que “estos niños sabrán mucho más de lo que
aprendí en toda mi vida”. Es que la vida es sombra que pasa y cuando el ocaso
ya está en el horizonte uno ve hacia atrás y no ve huellas ni camino, solo la
bruma que el tiempo va dejando.
Yo creo que el primer amor es
inolvidable no porque ya nunca se vuelva a querer así sino porque es cuando uno
abre los ojos y la piel a esas emociones. Yo recuerdo mis diecisiete cuando me
acostaba y me levantaba con el murmullo del nombre de la amada, Las
dificultades en el amor van haciendo a uno intrincarse en el terreno de la
inseguridad, los celos, la lástima.
Ahora voy en el autobús hacia
Acapulco y me gusta irme del lado de la ventanilla, En aquél tiempo las
ventanillas podían abrirse y sentir el viento refrescante en la cara. Hoy no se
abren: se escapa el aire acondicionado. En las palmas que pasan veloz para
atrás poco a poco se va formando tu carita risueña y aunque quisiera no puedo
quitar mi vista de tus ojos claros, serenos, pero risueños. He oído que el
hombre que quiera enamorar a una mujer debe hacerla reír. Por eso en todo el trayecto he venido haciendo
monerías y diciendo chistes porque es mi deseo que tarde o temprano seas mía.
Pero primero debo lograr que te enamores de mí. Vengo a tu lado (pero te dejé
la ventanilla) porque mi prima, tu amiga, se ha sentado aparte. Como si supiera
que yo quiero estar contigo. Bueno, no es casualidad: su sobrina termina la
primaria y vamos a la comida de fin de cursos; te invitó y me invitó. Qué inteligente
es.
Tu te ríes y tu risa hace que
piense que me salió el tiro por la culata. Me estoy enamorando yo.
Sí es inteligente. Lo acabo de
comprobar ahorita que se inventó un dolor de cabeza nada más terminando el
baile de los graduandos (Zodiac, de Robertya Kelly): no podrá andar con
nosotros así que después del mole se quedará en la casa y nosotros tendremos
que pasear un poco y luego regresar solos al pueblo. Por más que me esfuerzo en
sonar sincero cuando le digo a mi prima que lo siento, creo que una sonrisa
maliciosa me delata pensando: ¡perfecto!
Nunca La Costera estuvo ni
estará tan bonita como esta tarde. Caminamos mucho sintiendo la brisa del mar
en nuestros rostros. Yo feliz y tu riendo siempre porque no paro de hacerte reír.
Iluso de mí: “Ya la tengo” pienso cuando debería pensar “¡ya caí”.
El cine Playa Hornos es el
mejor cine de Acapulco porque el Flamboyant está bueno pero no le llega. El
Salón Rojo del zócalo ni mencionarlo, muy pobre. Entramos al Hornos y vemos la
película “Una sobre otra” y te invito una torta. Pero no quisiste, ¿te
acuerdas? Pero yo, ¡cuche!, sí me comí una. El hambre me hizo olvidar que no
debería comer porque quería aprovechar el cine para besarte.
Pero todo se acaba pues “Nothing
lasts forever”. Llegamos a la Terminal de Ejido para tomar el autobús de
regreso. ¡Mala suerte! significó ¡Buena suerte! No había ya salidas. No habrá
otra solución más que quedarse. Un metiche nos dice que ya abrieron otra
terminal en Cuauhtémoc, que habría que ir allá, que él va para allá. ¡Maldita
sea! Pero ¡Bendito sea Dios, tampoco allí hay salidas! Vamos a quedarnos.
Cómo me ha costado convencerte
que digo la verdad cuando digo que no traigo suficiente dinero, que solo
alcanza para un cuarto, que no me pasaré de la raya, que yo respeto, etcétera,
etcétera. Y después de mucho, convencerte que no puedo dormir afuera del cuarto,
que hay dos camas separadas, etcétera, etcétera. Y luego, a la media noche,
sentí en mi corazón los tamborazos de La Noche que murió Chicago: me levanté y
fui a ti faltando a todas mis promesas y quise portarme como un vulgar. Tonight
is the night, me decía el diablo en mi oreja izquierda. Pero tienes el sueño
ligero y tienes mucha fuerza en tus brazos. Tienes más fuerza en las piernas.
Sentí un dolor en la entrepierna y perdí la respiración. Entre estrellitas
alcancé a oír “Bily, dont be a héroe”. Me retiré a mi cama doblado por el
dolor. Oh, sí, esa noche murió Chicago.
En la madrugada, a eso de las
cinco, bajé al restaurant Las Ollas, donde ahora está El Zorrito. Tomé una cerveza
y como a las seis volví. Ya estabas de pie y arreglándote. Teníamos que
regresar. El viaje de regreso fue en silencio. Hasta que paraste el autobús
para bajarte. Y te vi correr por la calle que lleva a tu casa mientras el
autobús reiniciaba la marcha mientras yo pensaba “¿Podré algún día superar este
trauma: Solos, Acapulco, y Nada!?”
Por la ventanilla veo que llegué
a Acapulco a donde vengo. Me levanto de mi asiento y regreso de la bruma de los
recuerdos. Mucho tiempo ya pasó, pero tengo bien claro que ese día me enamoré.
Quizá aún sigo enamorado, no lo sé. Pero sí sé que no olvido, al contario
recuerdo tus ojos claros, serenos y en mis sienes oigo el timbre de tu voz y tu
risa, tu risa que me hizo enamorarme.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario