domingo, enero 15, 2017

TONIGHT IS THE NIGHT

Desviándome del título como es mi costumbre, quiero introducir este relato diciendo que me enternezco como en mis años mozos cuando veo a niños llorar o reír y me da por pensar que  “estos niños sabrán mucho más de lo que aprendí en toda mi vida”. Es que la vida es sombra que pasa y cuando el ocaso ya está en el horizonte uno ve hacia atrás y no ve huellas ni camino, solo la bruma que el tiempo va dejando.

Yo creo que el primer amor es inolvidable no porque ya nunca se vuelva a querer así sino porque es cuando uno abre los ojos y la piel a esas emociones. Yo recuerdo mis diecisiete cuando me acostaba y me levantaba con el murmullo del nombre de la amada, Las dificultades en el amor van haciendo a uno intrincarse en el terreno de la inseguridad, los celos, la lástima.

Ahora voy en el autobús hacia Acapulco y me gusta irme del lado de la ventanilla, En aquél tiempo las ventanillas podían abrirse y sentir el viento refrescante en la cara. Hoy no se abren: se escapa el aire acondicionado. En las palmas que pasan veloz para atrás poco a poco se va formando tu carita risueña y aunque quisiera no puedo quitar mi vista de tus ojos claros, serenos, pero risueños. He oído que el hombre que quiera enamorar a una mujer debe hacerla reír.  Por eso en todo el trayecto he venido haciendo monerías y diciendo chistes porque es mi deseo que tarde o temprano seas mía. Pero primero debo lograr que te enamores de mí. Vengo a tu lado (pero te dejé la ventanilla) porque mi prima, tu amiga, se ha sentado aparte. Como si supiera que yo quiero estar contigo. Bueno, no es casualidad: su sobrina termina la primaria y vamos a la comida de fin de cursos; te invitó y me invitó. Qué inteligente es.

Tu te ríes y tu risa hace que piense que me salió el tiro por la culata. Me estoy enamorando yo.

Sí es inteligente. Lo acabo de comprobar ahorita que se inventó un dolor de cabeza nada más terminando el baile de los graduandos (Zodiac, de Robertya Kelly): no podrá andar con nosotros así que después del mole se quedará en la casa y nosotros tendremos que pasear un poco y luego regresar solos al pueblo. Por más que me esfuerzo en sonar sincero cuando le digo a mi prima que lo siento, creo que una sonrisa maliciosa me delata pensando: ¡perfecto!
Nunca La Costera estuvo ni estará tan bonita como esta tarde. Caminamos mucho sintiendo la brisa del mar en nuestros rostros. Yo feliz y tu riendo siempre porque no paro de hacerte reír. Iluso de mí: “Ya la tengo” pienso cuando debería pensar “¡ya caí”.
El cine Playa Hornos es el mejor cine de Acapulco porque el Flamboyant está bueno pero no le llega. El Salón Rojo del zócalo ni mencionarlo, muy pobre. Entramos al Hornos y vemos la película “Una sobre otra” y te invito una torta. Pero no quisiste, ¿te acuerdas? Pero yo, ¡cuche!, sí me comí una. El hambre me hizo olvidar que no debería comer porque quería aprovechar el cine para besarte.
Pero todo se acaba pues “Nothing lasts forever”. Llegamos a la Terminal de Ejido para tomar el autobús de regreso. ¡Mala suerte! significó ¡Buena suerte! No había ya salidas. No habrá otra solución más que quedarse. Un metiche nos dice que ya abrieron otra terminal en Cuauhtémoc, que habría que ir allá, que él va para allá. ¡Maldita sea! Pero ¡Bendito sea Dios, tampoco allí hay salidas! Vamos a quedarnos.
Cómo me ha costado convencerte que digo la verdad cuando digo que no traigo suficiente dinero, que solo alcanza para un cuarto, que no me pasaré de la raya, que yo respeto, etcétera, etcétera. Y después de mucho, convencerte que no puedo dormir afuera del cuarto, que hay dos camas separadas, etcétera, etcétera. Y luego, a la media noche, sentí en mi corazón los tamborazos de La Noche que murió Chicago: me levanté y fui a ti faltando a todas mis promesas y quise portarme como un vulgar. Tonight is the night, me decía el diablo en mi oreja izquierda. Pero tienes el sueño ligero y tienes mucha fuerza en tus brazos. Tienes más fuerza en las piernas. Sentí un dolor en la entrepierna y perdí la respiración. Entre estrellitas alcancé a oír “Bily, dont be a héroe”. Me retiré a mi cama doblado por el dolor. Oh, sí, esa noche murió Chicago.
En la madrugada, a eso de las cinco, bajé al restaurant Las Ollas, donde ahora está El Zorrito. Tomé una cerveza y como a las seis volví. Ya estabas de pie y arreglándote. Teníamos que regresar. El viaje de regreso fue en silencio. Hasta que paraste el autobús para bajarte. Y te vi correr por la calle que lleva a tu casa mientras el autobús reiniciaba la marcha mientras yo pensaba “¿Podré algún día superar este trauma: Solos, Acapulco, y Nada!?”


Por la ventanilla veo que llegué a Acapulco a donde vengo. Me levanto de mi asiento y regreso de la bruma de los recuerdos. Mucho tiempo ya pasó, pero tengo bien claro que ese día me enamoré. Quizá aún sigo enamorado, no lo sé. Pero sí sé que no olvido, al contario recuerdo tus ojos claros, serenos y en mis sienes oigo el timbre de tu voz y tu risa, tu risa que me hizo enamorarme.

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