
Dicen que andaba pescando en la laguna; que andaba borracho o que estaba bebiendo (para el caso es lo mismo). Se había casado de nuevo y sus niñas vivían con él.
Lo conocí por motivos de trabajo. No era gente del Señor Acevedo que llegó de Puebla. El Jarocho venía de Veracruz, de Coatepec. No recuerdo bien la historia de cómo vino a dar a Atoyac; creo que lo trajo Octaviano. Quisiera tenerlo enfrente para preguntarle.
Nos hicimos muy amigos y bebíamos juntos. Me acuerdo que se encabronaba que yo golpeaba con mis zapatos el piso de su Volkswagen en el lugar del copiloto cuando andábamos por las calles de Atoyac bien borrachos y mis zapatazos llevaban el ritmo de “jervilovi” de los Crídens. Pero qué le hacía: cuando yo andaba borracho no entendía razones. Y no era mi carro. Y él era mi amigo y me quería y me consequentaba.
En el trabajo conoció a una secre güerita, flaquita y bonita, de Tecpan ella. Y se casaron nomás. Siento nostalgia al acordarme del cariño que también ella me tenía. Claro que ese cariño se volvía odio cuando llegábamos borrachos a su casa y él la levantaba por si había algo que cenar. Le nacieron dos niñas bien bonitas.
Alba, así se llamaba, se encamó por motivos de un tercer embarazo. Ya iba a nacer y para su mala fortuna fue a dar a manos de Orozco, un doctor (en minúsculas) de San Jerónimo. Falló y Albita murió. También el bebé. Acompañé al Jarocho al entierro. Andábamos disgustados y no nos hablábamos por pendejadas de la política sindical. En ese tiempo el jaló por un lado y yo por otro con ls corrientes al interior del sindicato de Inmecafé. Al recordar esto me confirmo que no vale la pena permitir que ninguna pasión enturbie la amistad. Como dice Maciel :
Que ganarán,
Que perderán;
Si todo eso pasará.
Pero cuando yo me lancé a la secretaría general de la sección el Jarocho estuvo conmigo. Y cuando me iba a lanzar para la grande, Comité de Vigilancia a nivel nacional, el Jaros-men también me apoyó.
En la foto estamos en el desayuno que nos sirvieron en el Hotel Ritz de Acapulco en 1980 cuando se llevó a cabo el Congreso del Sindicato y se eligieron los nuevos dirigentes. El Jarosh-men asistió como Delegado al Congreso y yo, pues era integrante de una planilla, la que ganó. Usábamos el pelo largo y Jarocho estilaba el look de Fogerty, de los Cridens, de lentes y con bigote. Nos acompaña Hilda, compañera sindicalista que nos visitaba de Coatepec, paisana de Jarocho. Los otros cuatro comensales que se ven al fondo también son compañeros del Sindicato y venían de Córdoba. Me acuerdo que uno se apellidaba Oropeza y el otro era cuate pero su nombre se me escapa. Las dos mujeres son las esposas.
José Guadalupe Leal Márquez, así se llamaba el Jarosh-men.
Un día llegó a mi casa como a las cinco de la mañana. Me dijo que despertó en un lugar extraño, desconocido; que abrió los ojos y vio dos veladoras prendidas a una virgencita. A su lado estaba una desconocida. Se paró en chinga y vio que le habían robado el dinero, toda la quincena. Y en vez de irse a su casa se fue a la mía para que le explicara qué había pasado.
Obra de Dios es que yo estaba consciente y me acordé de todo: te pusiste bien burro y te quisiste quedar a dormir con Vergolia; te insistimos que nos viniéramos pero estabas bien necio y a güevo quisiste quedarte a dormir en “Las Calandrias”. No mames, dijo; eso no es de amigos. Y sí, no debimos dejarlo. Pero es que en las borracheras uno hace pendejadas. Para compensarlo lo acompañé donde Alba a su casa para aguantar los chingadazos.
Dicen que andaba borracho en una laguna de Veracruz cuando falleció. Se volcó la lancha o se cayó al agua.
Quisiera terminar este recuerdo con el ritmo de “Has visto alguna vez la lluvia?” de The Credence. Pero no sé poner música en los blogs, así que imaginen que la escuchan.
O bien, véanlo.
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