domingo, marzo 10, 2013

NO LLORES, UNA HISTORIA DE PLAYA

Playa 

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Festejábamos un cumpleaños donde El Amigo Blas y entre las canciones que pusieron hubo una que me mojó los ojos: “No Llores” de Mike Laure. En aquel año cumplía varios lustros de estar en esta tierra de los vivientes y esa canción de Mike tiene el poder de arrastrarme a mis siete años en la Playa de Hacienda de Cabañas.

Muy temprano nos arreglamos con mi apá para estar listos cuando la camioneta llegara por nosotros. Los organizadores del viaje a la Hacienda era la familia de Sara, esposa de mi tío Froilán. El era primo hermano de mi amá así que éramos familia cercana. Nos invitaron a la Playa. Parece que la camioneta era de Juan Rivera o ellos la habían pagado.

Solo íbamos mi apá y yo porque mi amá ya presentaba problemas para caminar. Así que se quedaba en la casa. Ahora en mi vejez me digo que nosotros no deberíamos haber ido sin ella. Pero ya no hay remedio. Fuimos. Y me recuerdo en la camioneta en el camino de terracería que va de los Arenales a la Hacienda; pobre del que venía detrás de nosotros porque le echábamos mucho polvo. Pero nosotros íbamos bien empolvados por los que iban adelante.

En la playa nos fuimos a la Ramada de El Kalimán y mientras transcurría la mañana los grandes se acomodaban en las hamacas, los chamacos traviesos jugaban en la laguna y los muchachos se revolcaban con las olas en el mar. En el tocadiscos pusieron una canción que magnificaba la bocina colgada en un palo de la ramada. Allí oí esa canción que cuando fui grande supe que se llamaba “No llores”.

Diez años después estaba en esa misma ramada y supe porque me había impactado aquella canción a mis siete años. Ahora yo acababa de saber de los labios de Ali que ya no éramos novios, que a ella le gustaba un muchacho güerito él, rubio él, rico él, nada que compararse con un naco como yo. Ahora yo supe que en efecto, si uno siente ganas de llorar es mejor hacerlo frente al mar. Así le hice, me fui a tirar a la arena que era mojada por las olas. Allí, boca arriba, me puse a ver las gaviotas que tenían como ruido de fondo el golpe de las olas, el bullicio de la gente. A pesar de ese bullicio el silencio se fue abriendo paso para dejarme con el recuerdo de las notas de aquella canción que escuche en esa playa en mi niñez: “No llores”.

Mi primera ilusión se había perdido ese día porque ella escogió ese día y ese lugar para decirme que en adelante solo seríamos amigos, si quería. Y claro que quise. Sí, es mejor se amigos que nada. La furia me vendría después. Y junto con la furia, el vicio Pero ahora las olas me mojaban y el mar me susurraba: No llores, no llores.

 

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