domingo, julio 28, 2013

DE CUANDO ADAN QUIÑONES Y FRANCISCO MUÑOZ ME DIERON UN BREIK

Adán

Lic. Adan Quiñones. Foto tomada de Facebook

Uno no puede sino sentirse satisfecho cuando echa una mirada retrospectiva a lo que ha sido su vida. Ciertamente la mía “no ha sido un lecho de rosas ni un crucero de placer” pues, al contrario, “he cometido errores garrafales”. Pero ….. “confieso que he vivido”.

La vida, para los que no vivimos en el “penthouse de la realidad, donde el dinero no es problema”, sino que toda la vida hemos estado pensando qué comeremos mañana; la vida, decía, tiene sus ratos bonitos y hay momentos en que tienes abundancia. Porque la oportunidad acontece a todos. Nadie puede decir que en toda su vida no tuvo un chance de vivir un momento feliz, de abundancia dentro de lo posible.Es que la vida es un sube y baja, más bajadas que subidas para muchos. Y en esta ocasión tecleo sobre uno de los momentos en que toqué fondo.

Regresando de Costa Chica, donde las cosas fueron maravillosas aunque al final llegó el desastre de ser despedido de la empresa (luego relataré eso, porque mi vida es un libro abierto), llegué a mi pueblo con ochenta pesos que se llevó el “amigo” electricista que me arregló los focos de la casa. Al otro día era mi cumpleaños número cuarenta más uno y después de recibir el abrazo de mi mujer y su beso de buena suerte me lancé a Grocafé, una empresa atoyaquense que se dedicaba a la compra-venta de café y miel. Me atendió el Director General, Lic. Adán Quiñones (ya mi hermano Jorge le había hablado de mi, que me diera trabajo). En la entrevista Adán me preguntó, después de oír que yo era un experto vendedor, porqué me habían corrido si yo era así de maravilloso para las ventas. Bueno, algo le dije. La cosa es que Adán me dio el trabajo. Quiero en este momento agradecer en la distancia del tiempo a Adán Quiñones por ese gesto: él no me necesitaba, tenía buenos vendedores, pero me echó la mano. Como muchas veces en mi vida, sinceramente dije “gracias, Licenciado”.

Los primeros días me mandó de compañero de los vendedores expertos que iban a los supermercados de Acapulco y Chilpancingo. Después me soltó una camioneta y me mando solo a la Capital. Qué pesadilla: la camioneta no estaba en el mejor estado: antes de llegar al Treinta se me quedó en la carretera. Ora que yo no sé ni madres de mecánica. Pues, como pude, orillé la camioneta y la dejé para ir al pueblo a hablar por teléfono. No, pos que buscara un mecánico allí. Encontré uno que quiso ir conmigo y finalmente, como a eso de las nueve de la noche, quedó listo el carro para continuar. Pero ya los viáticos se habían acabado con el mecánico. Sin dinero para gasolina me regresé mejor a Atoyac. Ese es un ejemplo de las peripecias que me pasaron en esa etapa con Adán. Después me mando a vender café menudeado. ¿Quién me va a comprar café menudeado en Atoyac? Hubo uno que me compró. También lo recuerdo con agradecimiento: Israel Fierro, el dueño del Buen Precio. Porque imagínate, ¿para qué me compraba un kilo de café el dueño de ese supernegocio? Era por ayudarme, para que yo vendiera algo. Y lo hacía por fraternidad, porque en algún momento fuimos miembros de la misma congregación cristiana. Pero bueno, me compró y ese fue el producto de mi venta de ese día: un kilo.

Obviamente Adán veía que no había sido una buena idea contratarme. Me mandó a vender casa por casa en Petatlán. Cero ventas. Allá, a eso de la una de la tarde, me senté en una banqueta y me agarró la depresión: ¿Cómo era posible? Tenía hambre. Adán era muy bueno pero no podía pagarme más de trescientos pesos a la semana (hace quince años eso era poco). Así que tenía hambre pero no podía usar ningún centavo porque habría que pagarlo (además no había vendido) y toda mi semana era para la casa (ya tenía cinco hijos). Hubiera llorado por mi situación de no ser porque pasó por allí una maestra de Atoyac y me hubiera visto. Si me hubiera visto así yo hubiera tenido que rogarle “por favor, no le digas a los paisanos cómo me encontraste”. Así que haciendo de tripas corazón saqué mi mejor sonrisa y la saludé. Me levanté y me fui a la carretera a que pasara el vendedor de Adán que venía de Zihua. Allí me regresaría a Atoyac.

En la tarde hablé con Adán.

--Oiga, Licenciado, le agradezco su ayuda al darme trabajo pero la verdad no me siento bien si veo que no aporto nada a su empresa y solo ocasiono gastos de viáticos y salario. Mañana ya no vendré a laborar y, si quiere, pues estos días no me los pague: ya ve que no vendí nada.

Mucha gente tiene a Adán en mal concepto (duro). Pero para mí es otra cosa. Adán me puso la mano en el hombro y me dijo “No te des por vencido, hombre. Te voy a cambiar de actividad: A partir de mañana serás mi asistente personal, el asistente de Director General. Vas a andar conmigo. Eso mañana. Orita dale de comer al perro.”.

¡Bolas, Don Cuco! No podía creerlo, “Asistente del Director General”. Por lo pronto un trabajador me dio una bolsa de nailon con comida para el perro. No salía de mi sombro cuando vi a lo lejos, en el patio, a un enorme perro que corría hacia mí. Se acercaba velozmente y a mí me parecía verlo en cámara lenta como en una película de terror. Sentí sus arañazos en mi pecho y me fui sobre mis espaldas. ¡Era enorme el perro!. La comida se regó en el piso y el perro daba cuenta de ella. No sé si dije una maldición o una leperada pero vi a Adán en las escaleras a su oficina que movía negativamente la cabeza. Al otro día firmé la libreta de entrada y la secretaria me dijo que el Licenciado me esperaba en la planta alta. Así que subí y la oficina era enorme. No había más nada: solo un escritorio bonito al fondo y allí estaba el Licenciado.

--Tus actividades consisten en andar siempre conmigo, manejar mi carro (la Windstar) y cuidarme. También a mi familia.----Al decir esto abrió un cajón y sacó enorme pistolón. Toma, me dijo, es tu herramienta. No, Licenciado, yo no……..¡ándale, ándale, agárrala. No tengo tu tiempo”. Así que me la metí en la bolsa del pantalón. ----Vamos a salir---me dijo. Pero primero lava la Windstar.

O sea que yo, el asistente del Director General, era guarura. Más estrellas para mi currículum. En la tarde fui a cuidar una fiesta de niños y al agacharme a recoger una piñata se me cayó la fusca. No, pos el escándalo de las señoras y una reprimenda de la jefa. Más tardecito me mandaron a dejar una empleada a una colonia. De regreso pasé por la tienda del Issste y saludé a unas compañeras de Inmecafé. Cuando me preguntaron en qué trabajaba ahora les dije “soy guarura”. Como se echaron a reír a carcajadas, saqué la pistola y se las puse en el mostrador. No, pos otra vez el escándalo.

Como sea, esos incidentes me levantaron el ánimo y pasé al Ayuntamiento. El tesorero era un amigo de hace mucho tiempo, el Contador Francisco Muñoz. Le platiqué mi situación y me dijo: Chava, hay una vacante pero el sueldo es muy pobre; son seiscientos a la quincena. Pues sí, es lo mismo que gano con Adán pero al menos aquí voy a trabajar en contabilidad, que es mi mole, acá ando armado. Y le enseñé la pistola. Ja ja ja , se rió el Contador.

En la tarde le entregué el arma al Lic. Quiñones y le agradecí su apoyo moral y material. Hoy todavía lo recuerdo con gratitud. Al otro día, siete de septiembre de 1998, justo un mes después de haber llegado de costa Chica, entré a laborar a la Tesorería Municipal, gracias al Contador Muñoz. lo digo con gratitud.

Y si, ciertamente, en mi vida hay momentos en que me ha tocado estar en el fondo de la barranca y en los que me he dicho que el fracaso está a mis pies. Pero sé una cosa: siempre hay una puerta y a pesar de lo que cuesta, vale la pena vivir.

Crédito para las canciones We are the champions (Queen), Nunca llueve en California (Hammond), “Así es la vida” de Napoleón y Pablo Neruda. Ah y Galván Ochoa por lo del Penthouse.

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