miércoles, abril 08, 2015

Julio Ocaña habla de su nueva novela Flor de cafè

Flor de café*

Por: Julio César Ocaña

La razón de ser de toda obra que aspire a ser literaria, o artística en general,  es en primera instancia rendirle culto a la belleza, reflejándola, recreándola, y con ello ofrendar gozo a quienes de ella abreven…  No sé si con mi «Flor de café»  logré rendirle culto a la belleza o en qué medida lo hice. Eso lo dejo al  juicio de los críticos sabios y los maestros en el arte de la letra y la palabra escrita; o bien, de los inquisidores nuestros de cada día. Lo único que puedo afirmar con certeza es que me esmeré en ello. ¡Ya dios dirá! ¡Ya el dios lector dirá! Sea la suya la última palabra. ¡Amén!

Dice don Benito Taibo que los libros no tienen palabra de honor y que un libro leído por 14 personas son 14 libros distintos. Ojalá que este libro sean más de 14 libros al paso del tiempo. ¡Así sea!

Pero, además de lo dicho al principio acerca del objeto principal de toda obra literaria, eso que dije respecto a la belleza y la fruición que esta suele provocarnos, «Flor de café» tiene otras intenciones. Decía Oscar Wilde; o más bien dice, que: «Todo arte es, a la vez, superficie y símbolo. Los que buscan bajo la superficie, lo hacen a su propio riesgo. Los que intentan descifrar el símbolo, lo hacen también a su propio riesgo».

Y así, esta especie como de novela dibuja sobre la superficie de sus 120 páginas símbolos diversos. No hablaré de ellos, por tanto no los interpretaré, sólo advierto que allí están. Nótelos quien quiera e interprételos quien pueda. Eso ya no es asunto mío. Hacerlo o no corre por cuenta y riesgo del lector.

Escribí «Flor de café» por un llamado interior, por una especie de necesidad vital que en determinado momento se convirtió en voluntad, y que en el trayecto se enriqueció con más causas y fines de los esenciales, de los ya enunciados. Algunas de esas causas y fines adicionales consisten en que esta obra breve y sencilla pretende ser, a la vez, un homenaje a las mujeres y a los hombres del café. A esos seres de carne y hueso, de sudor y sangre, que viven y gozan, pero que sobre todo sufren y mueren el drama humano que bulle en el fondo de cada taza del aromático estimulante más inspirador y deleitable que hay sobre la faz de la Tierra.

Y, más allá del homenaje que digo, «Flor de café» es un llamado, o mejor dicho, una arenga que pretende enardecer, como suele ser propio de toda arenga. Y es que allá arriba, en el corazón de los bosques de niebla, en las verdes entrañas de nuestra Sierra Madre del Sur, donde anida el cafetal y la esperanza, hacen nido también la injusticia, el abandono, la exclusión, la plaga, el menosprecio, la miseria y el crimen…

«Flor de café» es una historia de cafetaleros y para cafetaleros, pero también para cafeteros, algunos de ellos hombres y mujeres del poder. Es un relato apasionado que apela con especial énfasis a estos últimos,  para que escuchen y entiendan; es una trama armada para llamar su atención,  para que oigan, por fin, el clamor ya rancio, el clamor ya ronco, el clamor ya casi inaudible, ya casi muerto, de un mundo aparte,  de un planeta cercano y no obstante tan lejano, donde habitan y viven; más bien sobreviven, seres terrestres, seres humanos, mujeres y hombres, jóvenes y niños, ancianos que reclaman y merecen respeto y atención.

El gobierno de México, de este país cada vez más «mexicanizado» (a decir del argentino Bergoglio, pero también del mexicano  Del Paso), se ha olvidado del campo y de la tierra, y menosprecia y hasta desprecia al campesino y a su labor imprescindible y primigenia.

Hoy en Guerrero, como en México todo, el campo es el último de la cola para el reparto de la riqueza nacional, y eso no es justo, y eso no es racional, y eso no es humano, y eso no es socioeconómicamente sostenible, ni ética ni moralmente admisible. Vamos, ni siquiera constitucionalmente justificable. El campo es el último, el nada en infraestructura, energía y comunicaciones; es el último, el nada en investigación y fomento productivo; es el último, el nada en nutrición, en salud, en arte y educación. Y luego nos sorprendemos del encono acumulado. Y luego nos espantamos ante las explosiones de rabia ya casi congénita.

El gobierno del México mexicanizado piensa, porque así nos lo dice con sus hechos (y con sus deshechos) que la modernidad y el desarrollo humano no pasan por el campo, que el campo es lo arcaico, lo antiguo, lo viejo,  lo pasado, lo decadente, lo que debemos superar. «¡Ya supérenlo!», dijo el clásico de la vileza y la sandez.  Así nos lo dicen sus obras.  Y «por sus frutos los conoceréis», dice el Señor. Pues bien, estos son sus frutos: abandono y miseria, improductividad, explotación irracional, depredación, enfermedad, violencia y muerte. Esos son sus frutos. Eso son ellos pues. Por ellos les conocemos, a nuestros gobernantes fallidos…

Y no digo más. Ahí se las dejo, mi «Flor de café». En ustedes queda hacerla suya y, entonces, hacerla nuestra.

 

*Texto leído por el autor durante la presentación de la novela «Flor de café», en Atoyac de Álvarez, el pasado 4 de abril de 2015.

uestros gobernantes fallidos…

 

Y no digo más. Ahí se las dejo, mi «Flor de café». En ustedes queda hacerla suya y, entonces, hacerla nuestra.

 

 

*Texto leído por el autor durante la presentación de la novela «Flor de café», en Atoyac de Álvarez, el pasado 4 de abril de 2015.

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